Hay labios que sienten, saborean mientras digieren sus palabras. Entretanto su mirada , más allá de ver... tan solo, lee, escucha, siente y escribe...

martes, 12 de marzo de 2013

El inquilino


 
Depositó sus bártulos en la entrada. Antes de ubicar cada cosa en su sitio quería mirar por la ventana. Las paredes estaban inmaculadas y eran suaves al tacto, sólo en sus rincones habitaban pequeñas telarañas y en una de ellas una mosca había quedado atrapada. Las escaleras no lucían rastro alguno de pisadas añejas sin embargo, en el felpudo de la entrada se leía: no dolerme.
 
Se abalanzó sobre los ventanales de la planta superior. Eran grandiosos y sus vistas alcanzaban la comunión entre el mar y el cielo. Antes de darse cuenta ya había instalado allí su refugio. Aquella alcoba tan solo contaba con un escritorio, demasiado viejo para ser nuevo y demasiado nuevo para ser anciano, pero no era virgen. En su sobre unas manchas de tinta insinuaban que alguien lo había disfrutado y aquello, le resultó familiar. Otros codos, debieron posarse sobre su propia historia y tal vez alguna lágrima había ayudado a henchir su madera que ahora al tacto, resultaba llena de dunas.
 
El resto de las habitaciones parecían escuálidas. Quizás fuese el vómito de la amplificación de su eco a borbotones pero no tenía intención alguna de decorar aquello. Nunca le había gustado lo barroco. Puede que algún día colgase un cuadro renacentista, surrealista o realista. Puede que uno de cada...
 
Tras guardar las pertenencias que traía consigo, se decidió a echar un vistazo al contrato de arrendamiento. Previamente le habían advertido: - antes de firmar, lee la letra pequeña.
Sin embargo, el inquilino había hecho caso omiso de las advertencias y ahora se enfrentaba al verdadero mensaje de aquél misterioso contrato.
Leyó hasta la extenuación, casi hasta perder la vista. Todo parecía en orden , todo a excepción de la letra pequeña, en la que con esfuerzo se leía: - Sólo por una vida.
 
 
 
 
 

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