El cielo
plomizo e implacable la despertó. Miró a ambos lados de la cama, no había nadie
sólo una esencia. Una esencia que la penetró. Sintió una opresión y una incisa
punzada y cogió con fuerza su pecho. Aún conservaba su corazón, era lo único vivo y al bajar la vista observó cómo sus demás
vísceras, estaban desparramadas por el suelo.
Se dirigió a
su escritorio con cuidado, para no resbalar. No podía permitirse en ese estado
una caída. Una vez sentada en su vieja butaca , las fases del tiempo se sucedieron
como si fuesen fotogramas. Los colores y las formas se sucedían, las letras,
los aromas, las caricias, los besos, las lágrimas, las risas, los abrazos, las
miradas…
Todos los
recuerdos concentraban en forma de pájaros revoloteando en una inmensa jaula. Estaba
abierta. Muchos de ellos marcharían para no volver, otros decidían quedarse
pues aquél siempre había sido un lugar seguro. En aquella jaula eran libres.
Poco a poco
vio como los barrotes iban cayendo y un gran grupo formó una pequeña silueta en el cielo.
Debía
centrarse en el presente. Un sabio, le había dicho que en momentos de
melancolía, debía concentrarse en sus pies, en sus piernas firmes y en sus pasos.
Debía ser consciente de que estaba caminando. Pero en esa ocasión, no resultaba
fácil dejar de cojear temblando. No se puede pensar con el corazón latiendo demasiado.
Lo venidero, no
lo conocía. Se presentaba como una gran luz indefinida. ¿ Pero a quien quería
engañar? Ella no podía pensar en el futuro.
A sus casi
setenta años seguía siendo una niña.
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