Llenarse la boca de concupiscencia, vomitar luego el
dolor de lo omitido, cubrirse las manos con un paño blanco para dejar visible
la sangre que emana del cuerpo mutilado. Escupir sobre los sueños y soñar unos
nuevos. Sajar la lengua de los mentirosos. No decir, hacer. Llamar a todo por
su nombre sin más pudor que el de la sinvergüenza. Liberar a las aves que exentas
de vivir vuelan apenas entre cuatro rejas golpeando sus cabezas entre sus
barrotes oxidados, los de una celda demasiado pequeña. Olvidar algunos recuerdos,
tatuarse otros. Beber hasta caer en un colchón de plumas. Parar los
relojes, danzar entre los pasos. Leer
hasta quemarse las pupilas y lamer solo aquello que ha de ser lamido.
Desbordarse hasta la extenuación y no rendirse. Volver a desbordarse. Quemar
las letras ignoradas y no juzgar salvo los actos propios. Inundar de lágrimas
un océano para no dejar rastro y dejar crecer las malas hierbas. Entre ellas
siempre crece alguna flor.
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