Hay labios que sienten, saborean mientras digieren sus palabras. Entretanto su mirada , más allá de ver... tan solo, lee, escucha, siente y escribe...

jueves, 11 de abril de 2013

Remigio


Remigio era sin duda un tipo con suerte. Pese a que sus cincuenta años no había conocido el amor de mujer alguna, si había podido sin embargo conocer el amor.
Su principal ocupación había sido siempre el huerto y era el delicado mimo hacia sus hortalizas y frutos quien le había proferido en el pueblo la fama de "chalao". Quienes paseaban frente a sus tierras, podían observarle llamando a cada tomate por su nombre. Los más curiosos resultaban  los días " baptismales". Se proveía de su regadera plateada y sobre alguna lechuga o algún pimiento, profería unos salmos sólo inteligibles para él, no obstante su locura, no le había hecho perder amigos sino todo lo contrario. Remigio contaba innumerables y buenos amigos, quienes se acercaban para escuchar sus inverosímiles historias.
Podía pasar horas alrededor de un fuego explicando porque a aquella sandía llamó luna sangrienta o porque al pepino que estaban degustando le había llamado Pepe. Remigio anhelaba haber tenido hijos y a su edad, daba el tema por zanjado pero afirmaba que en su defecto, cada una de las semillas plantadas en su huerto eran un hijo suyo. Las alimentaba, saciaba su sed y cobijaba del frío. Profería a cada una de ellas un cuidado especial y si acaso alguna enfermaba no dudaba en pasar días y noches a su lado controlando su estado y evolución.
Remigio sin embargo, sabía que no estaba loco pero aceptaba ser un ser despiadado. A la entrada de su huerto podía leerse un cartel que decía: " el hambre reduce el canibalismo a mera locura".



" Nadie puede devorar a otro ser vivo sin haberle dado antes algún tipo de muerte y no estar loco"

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